Victoria Bernárdez | Saico (fragmento)

Victoria Bernárdez2010: La cobardía del ejemplo


Cuando pienso en mí misma y en las cosas que tengo, ya no sé cuáles son mías o cuáles son tuyas. Dicen que la imitación es la forma más primitiva de mostrar admiración. Quizás no fue cobardía lo mío, entonces, solo primitivismo. Y esta carta, que es tuya, que es sobre vos porque la hice para vos, también es mía porque ahora también se trata de mí. O de los dos, porque ya no sé qué es tuyo o qué es mío porque todo lo tuyo que vi me lo robé.

Me acuerdo de cuando entré por primera vez a tu casa. Entré por la puerta del garaje, subí la escalera de servicio y llegué a una puerta que daba a aquel pasillo que no entendí nunca a dónde iba, ya que nunca conocí el resto de la casa ni la entrada principal del edificio. Solo caminaba unos pocos metros por ahí hasta la cocina, donde siempre estaba la mujer que cocinaba, Rosa. A veces también estaba tu mamá. Había otras dos mujeres que limpiaban, pero las veía poco y nunca supe sus nombres. Vos no hablabas de ellas, no eran parte de la familia. Rosa, en cambio, sí. No pasó mucho tiempo hasta que empecé a darle un abrazo sentido cada vez que llegaba. Era de poca estatura y a vos te gustaba abrazarla y besarla en la cabeza. Ella había visto nacer y había criado a tu padre y también a vos, pero trabajaba y dormía en la casa de tu madre.

Siguiendo por el mismo pasillo, girando a la izquierda, una puerta conducía a tu parte de la casa, que era como otro departamento, pero dentro de la casa de tu mamá. El espacio se dividía en tres ambientes: la habitación, donde solo tenías una cama casi siempre deshecha y un ropero; el baño, que parecía de la realeza, de azulejos negros, artefactos color marfil y grifería dorada; y el lugar donde siempre estábamos que, para molestarte, yo nombré tu entrecuarto.

Contra la pared donde estaba la puerta, había una biblioteca de madera de ébano que iba desde el piso hasta el techo, con todos los estantes llenos de libros. Podía quedarme horas mirándola mientras vos hacías lo tuyo. También había un sillón de cuero marrón más grande que mi cama con una tele enfrente, un par de pufs que hacían juego y un escritorio contra la ventana.

Te gustaba decirme que fuera a estudiar a tu casa mientras seguías en la cama. Entonces, yo llegaba y tenía que despertarte. Iba trotando o dando saltitos por el pasillo, llegaba gritando, cantando, a veces golpeando algún objeto cual bombo de comparsa, a veces con música fuerte, abría las cortinas y vos te escondías de la luz. Fuimos ganando confianza y a veces me tiraba con vos en la cama y seguíamos durmiendo. Simulando dormir, en verdad. Simulábamos bien los tres. Vos, yo y el murciélago.

Mientras esperaba que te despertaras, que te bañaras o que fueras a buscar el mate, me quedaba en el entrecuarto. Repasaba los lomos de tus libros una y otra vez, abría algunos al azar, anotaba los que quería leer. En el último estante, el que estaba a la altura de los pies, guardabas los libros escolares o infantiles que conservabas. Un lomo blanco más alto que el del resto tenía el título ¿Qué me está pasando?, con letras negras redondas que reconocí instantáneamente. Cuando lo saqué, me encontré con los señores en la tapa, los mismos de ¿De dónde venimos?

Toda la biblioteca estaba llena de papelitos. Había uno que decía: «La cobardía del ejemplo»; otro que declaraba: «Fuck like you mean it», que significa «Coge como si lo sintieras»; otro: «Si no puedes explicar algo sencillamente es porque no lo entiendes lo suficiente»; otro tenía escrito «ENZO», seguido de un número de celular. Más tarde me contaste que era tu psicólogo. A veces me imaginaba que lo llamaba y tenía una consulta con él para poder entrar en su cabeza y así en la tuya y así en la mía.

Comenzamos a pasar mucho tiempo allí, frente a la televisión gigante en la que vimos toda la filmografía de nuestra carrera, una parte significativa de la filmografía del mundo. Compartimos mucho de nuestras lecturas. Comenzamos a estudiar leyendo en voz alta. Mientras uno leía, el otro iba resumiendo y después al revés. Vos decías que te gustaba mucho cómo yo leía y a mí me gustaba mucho cómo vos leías. También comenzamos a leernos fragmentos de cosas que nos gustaban y compartíamos todos los análisis, guiones o monografías que hacíamos para la facultad. Siempre te gustaba lo que yo escribía. Quizás por eso escribo esto.

Lo que nos sucede con la lectura tiene que ser un poco enamorarse. Porque uno se imagina cómo quiere que sea la cosa: cómo es la chica, qué pelo tiene, cómo es el color de la imagen, si los personajes nos caen bien o mal, cómo son sus gestos. Y, a medida que avanza el texto, uno va cerrando más y más esa ilusión hasta que la construye por completo y hasta se encariña. A tal nivel que, cuando ve a la protagonista que eligen para la película, no puede entender cómo alguien pudo percibir algo tan distinto.

Ya que no había muchas cosas que a mí me gustaran de mí, le puse atención a aquellas que a vos te gustaban de mí. Como si me las hubiera contagiado, incorporé las que a mí me gustaban de vos e imité las que a vos te gustaban de otras personas. Para gustarme y gustarte un poco más.

Un día llegué a tu entrecuarto y me encontré por primera vez con un cuadro gigante que ocupaba toda la pared donde estaba la tele. Era un cuadro sin marco. Un bastidor de un metro y medio por dos metros con un paisaje de montañas. Predominaban blanco, celeste, algunos marrones y beige. Los tonos eran todos pasteles fríos, más que fríos, helados. Las montañas llegaban al cielo y al mar. No había personas, ni letras, ni animales, ni palabras. La perspectiva era rara, de esos cuadros que se ve que son salidos de la memoria de la imaginación y que el pintor no se puso frente a un paisaje real para copiarlo. No era nada realista, pero daba la sensación de viento en la cara. No era una pintura desprolija o desordenada, pero tenía mucha información, muchas pinceladas en distintas direcciones, muchos colores. De lejos parecía sencillo, pero de cerca era un caos. Ese cuadro era igual a vos.

Victoria Bernárdez nació en Buenos Aires en 1989. Es egresada de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido (UBA) y  actriz.  Actualmente, vive en Montevideo donde trabaja en cine y escribiendo para distintos medios. Saico, su primera novela, fue publicada por la editorial Ocho Ojos y su cuento Cuando se enamoran tres en un pueblo de seis fue publicado por la revista literaria Lento.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.