Luz Gassizuk

Luz Lassizuk

A mí querida Margarita

De alguna manera, cada día, entro a las redes a buscarla, como si solo fuera una cuestión de paciencia, como si tarde o temprano -de tanto ver fotos, videos, leer poemas, poner me encanta en los posts sobre ella- en algún lugar, alguien, alguna burocracia del más allá, decidiera admitir que se han equivocado, que ha sido todo un error, que mil disculpas por las molestias pero que no, que Margarita no puede no estar más en el mundo, que se la necesita, que se la quiere con locura. Tal vez de tanto multiplicarla en esta virtualidad, de tanto hacerla aparecer en la memoria, de tanto nombrarla, de tantas palabras escritas para ella, alguna burocracia del más allá se esté reuniendo ahora, en una mesa larga y ovalada a definir cómo hacer, cómo devolverla, devolvérnosla, sin levantar mucho la perdiz, porque devolver a personas del más allá no está de acuerdo a las reglas. Imagino que estarán esos que siempre están, que dicen que no puede cambiarse nada, que lo hecho hecho está. Y estarán también los otros, los que nos verán aquí, en este mundo, llorando, extrañandola, haciendo rituales personales, levantando altares públicos y privados, estarán esos, digo, que nos tendrán piedad, que pensarán, como yo pienso, que no es justo hacerle tanto daño a tanta gente. Y levantrán sus manos esqueléticas para decir que sí, para votar a favor de que Marga regrese. Tal vez, en este momento están debatiendo, y habrá algunos indecisos también. Y yo imagino, o deseo, o necesito creer que si hacemos ruido, que si seguimos multiplicándola, si la llamamos, si gritamos y lloramos fuerte, esos burócratas del más allá van a decidir que sí, que la mandan de vuelta. Porque además, ya Margarita se estará encargando de hacer estallar las cabezas de unos cuantos allá y es sabido que si algo quiere la muerte es que se descanse en paz. Entonces, otra vez va a sonarme el teléfono pero ahora para decirme que ya pasó el viento del desamparo, que Rosa o Muerte, que hagamos un invento, que la revolución sigue siendo un sueño eterno. Que Marga sigue siendo.

Interior de un bote celeste

Antes de cumplir los setenta Helena se había encaprichado con dejar en el mundo objetos que hablaran de ella. No puede ser que casi tenga setenta años y tan pocas cosas interesantes que hablen de mí cuando ya no esté, decía. Entonces aprendió a tejer. Cuando era chica pensaba que de vieja me gustaría tener el pelo todo blanco, hacerme rodete y tejer por las mañanas. Cuando cumpla setenta tengo que saber tejer y dejar mis tejidos como testigos de mi existencia. Y se compró las agujas y las lanas y por las mañanas tejía sentada en la cama, en camisón, con un gesto de concentración extrema. Pero aunque intentara, Helena no había nacido para la quietud, Helena es movimiento. Le llevó dos meses tejer sólo una bufanda del tamaño de un pañuelo. Cortita y con agujeros me quedó, decía, como la vida misma. Ese es el mensaje que dejo al mundo y se mataba de risa de su impaciencia. Y a mí me encantaba verla reír.

*Fragmento. Interior de un bote celeste.

 Un sueño

Abro los ojos y veo el blanco despintado del techo de mi cuarto. Entran apenas unos rayitos de luz por entre las persianas. Veo un punto negro en el techo en donde debería estar la lámpara colgada. Se ve borroso desde la cama. Pero parece que el punto se mueve. Trato de levantarme para mirarlo de cerca pero descubro que no puedo. Mi camisón está pegado al cuerpo y éste a la cama. Intento con fuerza pero no logro deslizarme ni un milímetro. El punto en el techo sigue moviéndose, o al menos eso me parece a la distancia. Abro la boca para gritar pidiendo ayuda pero no sale la voz. Me esfuerzo otra vez, tomando aire profundamente, pero apenas logro emitir sonidos deformes, como si estuviera hablando bajo el agua.

Cierro los ojos para llorar. Me duele la panza, la garganta, se me revuelven las tripas y tengo ganas de vomitar. Pienso que mi mamá siempre decía que a los bebés hay que acostarlos de costado para que no se ahoguen si vomitan de noche. Yo no puedo moverme. Voy a morir ahogada en mi propio vómito, pienso. Del asco que me genera esta imagen vomito de repente. Una catarata amarronada sale de mí hacia arriba, como un geiser y se estrella contra el techo, contra el punto negro del techo.

Sigo boca arriba en la cama que ahora es agua, un agua cristalina en la que yo hago la plancha y mi camisón se mueve como una medusa en el mar. El punto negro sigue en el techo pero ahora es una gota gigante y marrón que cuelga. Miro alrededor y no hay nada, solo el mar calmo y transparente, la orilla a lo lejos y el techo arriba con la gota que cada vez se estira más hacia abajo, a punto de caer.

Me alejo de ella sin perderla de vista, nadando estilo espalda. El camisón se desprende de mí con el movimiento del agua y quedo vestida solamente con una maya deportiva color azul con rayas celestes en los costados. La gota marrón que cuelga del techo cada vez es más grande y ya casi roza el agua.

De golpe se desprende y cae. Veo que la mancha marrón pasa buceando por debajo de mi cuerpo. Giro y hundo mi cabeza para mirar la mancha y veo un caballo, marrón con un snorkel, que se desplaza hacia el fondo.

Intento divisar hacia dónde va pero siento que alguien me tira fuerte del pelo y me hace sacar la cabeza del agua. Aprovecho para tomar aire mientras veo unos azulejos celestes y la tapa de un inodoro. La mano que sostiene mi pelo hunde mi cabeza en el agua nuevamente. El fondo sigue siendo cristalino pero el caballo ya no está.

Sin tiempo para observar nada más, de nuevo el tirón en el pelo, de nuevo los azulejos celestes, de nuevo el fondo del mar vacío, ya no puedo respirar, de nuevo el tirón de pelo, mi boca se abre intentando tomar aire, me arden los ojos.

No voy a decirlo, grito abajo del agua pero mi voz solo es un sonido amorfo.

Siento en la nuca el frío de un metal contra mi piel, escucho un sonido seco que emite su eco a través del agua. Mi cuerpo se vuelve blando, como antes mi camisón, como antes medusa y me voy hacia el fondo moviendo mis tentáculos al ritmo del agua que ahora, de a poco, se tiñe de rojo.

Luz Lassizuk nació en 1981 en Buenos Aires, Argentina.

Es actriz, dramaturga (EMAD), directora teatral, docente especializada en Educación por el Arte (IVA) y profesora de Filosofía (UBA).

Como artista interdisciplinaria sus creaciones exploran diferentes lenguajes para potenciar la percepción multisensorial. Su trabajo se desarrolla en Argentina y Países Bajos. 

Desde hace más de diez años coordina talleres de teatro, escritura creativa y artes integradas para niñxs y adultxs tanto en forma pública como privada.

Desde 2019 es directora artística de Creëren , organización sin fines de lucro basada en los Países Bajos y dedicada a promover el arte -en todas sus formas – como instrumento de transformación social.